Santiago Alba Rico es
ensayista y escritor, vive desde hace muchos años en Túnez y ha
traducido algunas obras del árabe. Entre sus últimos libros publicados,
cabe destacar
Capitalismo y nihilismo (Akal, 2009) y, junto con J. D. Fierro,
Túnez, la revolución (Hiru, 2011).
Si
te parece podríamos empezar con un poco de historia. ¿Podrías dar
cuenta, en media página, no te dejo más, de la historia reciente de
Libia?
En pocas palabras: en 1912 Italia, que había quedado
fuera del reparto colonial de la conferencia de Berlín (1884), invadió
Libia, formalmente parte del imperio otomano, pero de escasa importancia
para los turcos. Por cierto, fue el teniente Giulio Cavotti el primero
que lanzó una bomba desde un avión y fue precisamente en 1911 y sobre
Libia, a las afueras de Trípoli, en el oasis de Tagara. En 1922
Mussolini reforzó la presencia italiana y, bajo su dictadura colonial,
el gobernador Italo Balbo unió la Cirenaica y la Tripolitana, fijando
las fronteras del país actual. En 1940 vivían allí 140.000 colonos
italianos, a los que se había instalado en las mejores tierras, proceso
de despojamiento al que desde el comienzo se opusieron las tribus y
cofradías beduinas y especialmente la Sanusi, cuyo líder, Sidi Idris,
llegaría a ser rey tras la independencia del país. Los últimos 20.000
italianos fueron expulsados en 1970 por Gadafi. Para que nos hagamos una
idea de la ferocidad colonial italiana, basta con recordar que los
desplazamientos forzosos de población ordenados entre 1928 y 1932 por el
mariscal Badoglio acabaron directa o indirectamente con la vida de
medio millón de libios, según los datos del historiador estadounidense
de origen libio Ali Abdellatif Ahmida. En ese periodo fue capturado y
ahorcado el héroe de la resistencia Omar Al-Mukhtar, cuyo nombre
reivindican por igual gadafianos y antigadafianos. Una famosa frase del
mariscal fascista italiano recuerda, por cierto, las amenazas de Gadafi
en su primer discurso de febrero contra sus compatriotas rebeldes: “no
tendré piedad con los que no se sometan, ni con ellos ni con sus
familias ni con sus rebaños ni con sus herederos”.
El rey
Idris proclama la independencia de Libia en la Nochebuena 1951.
Dieciocho años más tarde entra en escena el entonces coronel Muamar el
Gadafi. Te pido casi lo mismo que en caso anterior: ¿puedes hacer un
resumen del papel histórico de Gadafi? ¿Fue realmente un defensor del
panarabismo? En media página, como en la pregunta anterior.
Gadafi formaba parte del sector izquierdista del ejército libio y se
reclamaba seguidor de Gamal Abdel Nasser, el líder panarabista egipcio
que moriría apenas un año después, en 1970. Su muy errática trayectoria
se inició, en efecto, en esa dirección, con una fugacísima unión con
Egipto y Siria y algunas medidas claramente soberanistas.
Seminacionalizó la banca, cerró las bases militares de Inglaterra y EEUU
y nacionalizó el 51% de las compañías petrolíferas extranjeras. Pero
como dice el periodista comunista Farid Adley, huido de Libia a Italia
en los años setenta, este “impulso” acabó muy pronto. He aquí el resumen
que hacía él en
Il Manifesto el pasado mes de marzo: “Ya en
1973, de la revolución de los Oficiales Libres no quedaba nada, salvo la
implacable represión de toda disidencia. Las horcas en la Universidad,
la expulsión de los compañeros de lucha, la supresión de cualquier tipo
de oposición, la prohibición de los sindicatos, la anulación de
cualquier acción independiente de la sociedad civil, el asesinato en el
extranjero de los opositores (Italia fue el escenario favorito para ese
tipo de acciones terroristas) y las operaciones militares contra civiles
que protestaban pacíficamente en contra de la voluntad del tirano (años
80 y 90 en Derna y Benghazi), así como la masacre de Abu Selim (26 de
junio de 1996 ), son ejemplos del dominio de esta nueva clase dirigente
que, de hecho, se ha reducido a la familia de Gadafi y a un pequeño
círculo de sus seguidores”. Otro escritor árabe, en este caso libanés,
René Naba, anticipa a 1971 la deriva del régimen: “A partir de esa
fecha”, dice, “cada año trajo su cuota de desolación, como el secuestro
de un avión comercial inglés para entregar a Sudán a los dirigentes
comunistas, decapitados a continuación en Jartum; la misteriosa
desaparición del jefe del movimiento chií libanés Moussa Sadr o el
resuelto apoyo al presidente sudanés Gaafar al-Nimeiry, a pesar de que
fue uno de los artífices de la transferencia a Israel de varios miles de
judíos etíopes «falashas»”.
¿Cuáles han sido a lo largo
de estos 42 años las relaciones de Gadafi con las potencias
occidentales? Si no ando muy errado, Ronald Reagan ordenó el bombardeo
de Trípoli y Bengasi, las dos principales ciudades libias, en 1986 (una
hija adoptiva de Gadafi, Jana, murió durante los bombardeos). Luego las
cosas cambiaron un poco.
Así es. Al mismo tiempo que
entregaba al carismático líder del partido comunista de Sudán Abdel
Khaleq Mahjoub, hacía desaparecer al líder chiita libanés Moussa Sadr y
perseguía a sus propios opositores de manera implacable, dentro y fuera
de Libia, apoyaba en el exterior a distintos grupos armados que los EEUU
consideraban, unos justamente y otros no, “terroristas”. Eso llevó a la
ruptura de relaciones diplomáticas en 1981 y a la prohibición por parte
de la administración Reagan de importaciones de petróleo libio en 1982.
Mientras Gadafi asesinaba a los autores de la tentativa de golpe de
1984 -los Consejos Revolucionarios de Base emitieron una orden que
legalizaba el asesinato de todos los disidentes- él mismo se convertía
en el blanco de las iras de su mellizo Reagan, quien en efecto bombardeó
Trípoli en 1986. Una serie de atentados atribuidos al régimen de Gadafi
(la voladura de dos aviones comerciales sobre Escocia y Chad y la de
una discoteca en Berlín, con centenares de víctimas civiles, en 1988 y
1989) fundamentaron el bloqueo impuesto por la ONU en 1992 y que duró
diez años. Pero en 2003, como recuerda René Naba, Gadafi “se rindió sin
condiciones al orden estadounidense”: entregó su programa nuclear a
George Bush hijo desvelando al mismo tiempo todo un sector de la
cooperación de los países árabes y musulmanes en el ámbito de la
tecnología nuclear; reprivatizó parcialmente el sector petrolero
permitiendo el retorno de las grandes compañías occidentales; aceptó
convertirse -el paladín del panafricanismo- en el carcelero homicida de
los emigrantes subsaharianos que trataban de alcanzar Europa (historia
terrible que cuenta en detalle el periodista Gabriele del Grande);
contrató dos empresas estadounidenses de relaciones públicas para
cabildear en su favor en EEUU; colaboró, como revelan los papeles
publicados hace unos días por
The Independent, con la CIA y el
M-16 en la entrega y tortura de presuntos islamistas radicales; recibió
una y otra vez a Toni Blair como asesor de J.P. Morgan y comenzó
reformas de liberalización económica por las que fue felicitado por el
propio Strauss-Khan, presidente entonces del FMI, en enero de 2011, un
mes antes del estallido de la rebelión popular.
En la voz
“Libia” de la Wikipedia en castellano se puede leer: “Actualmente al
país se le adjudica la esperanza de vida más alta de África continental
(si se cuentan a las dependencias sólo es superada por la isla británica
de Santa Elena), con 77,65 años. También cuenta con el PIB (nominal)
per cápita más alto del continente africano, y el segundo puesto
atendiendo al PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo (PPA).
Además, Libia ocupa el primer puesto en índice de desarrollo humano de
África, y se le puede comparar en términos de PIB per cápita con países
tan desarrollados como Argentina o México”. No son malos indicadores.
No sé si Argentina y México son buenos indicadores, pero en este caso
me limitaré a relativizar esos datos con una cita de nuestro compañero
Tariq Alí, extraída de su libro “Protocols of the Elder of Sodom”, el
cual incluye una reseña de su estancia en Libia en 2006: "Libia obtiene
del petróleo 36 mil millones de dólares al año. Su presupuesto anual es
de 10 mil millones. Su población es de aproximadamente seis millones
Naturalmente nadie se muere de hambre. Los comercios están llenos de
comida, pero el nivel de la educación y los servicios de salud son
primitivos. Miles de libios tienen que cruzar a Túnez para recibir
tratamiento médico. El contraste con Cuba, una isla siempre corta de
dinero, es instructivo. La Universidad de Medicina de las Américas en La
Habana forma y educa a cientos de estudiantes del norte y el sur de
América (principalmente afro-estadounidenses e hispanos). El nivel de la
cultura y la educación es muy alta. ¿Por qué no en Libia? (…) Uno de
los hijos de Gaddafi, Saif al-Islam, se está preparando para la
sucesión. Como es estudiante de doctorado en la London School of
Economics y un enamorado del occidente neoliberal, hay pocas críticas
aquí sobre la propuesta de traspaso. Gadafi, después de todo, ya no es
el dirigente de un "estado canalla" sino un "gran estadista" (en
palabras de Jack Straw) y ha recibido a Blair en su tienda. Esto ayuda a
mantener la pretensión de que él cedió ante Londres, no ante
Washington. Es muy sencillo: Saif quiere privatizarlo todo y convertir a
Libia en un pequeño estado del Golfo". Hasta aquí la cita de Tariq Alí.
Como vivo en Túnez desde hace años, puedo confirmar lo que dice sobre
los libios que visitan las consultas médicas privadas a las que los
tunecinos no pueden acudir. Por lo demás, me cuesta trabajo aceptar este
criterio económico como principio de legitimación del derecho o no de
los pueblos a la rebelión. Con mucho menos motivo lo tendrían los
bahreiníes, cuya renta per capita es mucho más alta que la de los
libios. ¿Y tendríamos que reprochar a los saudíes que reclamaran
democracia en la calle a la brutal teocracia wahabita o aceptar que se
disparara sobre ellos si decidieran rebelarse? ¿Y no nos dice la derecha
española precisamente que el movimiento 15-M no tiene fundamento, pues
ninguna generación de jóvenes españoles ha vivido con tantas comodidades
y ventajas como la actual?
Me centro en los últimos
acontecimientos. ¿Se ha producido una revolución popular en Libia?
¿Similar a lo ocurrido en Túnez, Egipto, Yemen o Bahrein por ejemplo?
¿Debería incluir Siria también?
Sin lugar a dudas. Y debes
incluir a Siria, por supuesto. Es muy triste, muy doloroso, encontrarse
con compañeros dignos de todo respeto (que además reivindican para sus
propios países procesos populares de democratización como los que están
produciéndose en el mundo árabe) incurrir en dobles raseros muy
semejantes a los que tanto condenamos en el imperialismo y distinguir
entre dictaduras buenas y dictaduras malas y pueblos con derechos y
pueblos sin ellos. He insistido muchas veces en que esta posición aplica
automatismos de bloque enteramente superados por la historia y proyecta
sobre el mundo árabe clichés eurocentristas (¡eurocentrismo
latinoamericano también!) asimilables a los de la propaganda
islamofóbica occidental tantas veces denunciada: los árabes pueden
sublevarse por pan o por Dios, pero no por democracia; las revoluciones
que comienzan en París o en Caracas pueden tener consecuencias en otros
lugares de Europa o de América Latina, pero las que comienzan en Túnez
no (pese a todo lo que une este país a los del resto del mundo árabe).
Si como recuerda Carlos Varea no hay ningún régimen progresista en esa
zona del mundo, si todos los regímenes son además autoritarios,
autocráticos, dictatoriales o tiránicos, ¿no es lo natural que sus
pueblos se levanten? ¿Y no debería alegrarnos en lugar de despertar
nuestras suspicacias y reservas? Repito de nuevo algo que he dicho
muchas veces. Negar el carácter espontáneo y legítimo de las revueltas
libia y siria supone cometer una doble injusticia: la de defender a dos
tiranos que disparan sobre sus pueblos y la de ofender a los pueblos que
tratan de acabar con ellos. Me resulta muy difícil conciliar esa doble
injusticia con los principios de la izquierda.
¿Por qué
crees que ha intervenido la OTAN a favor de los rebeldes? No ocurrió esa
intervención otánica en el caso de Túnez o Egipto por ejemplo. ¿Es de
nuevo un intento de liquidar, como en el caso de Yugoslavia, algo que
aunque sea remotamente huele a “socialismo”?
Nada de eso.
Creo que ha quedado ya claro qué clase de socialismo había en Libia. Ni
siquiera había ya un soberanismo limitado que objetivamente, como en
Iraq, obstaculizase el abrazo del imperialismo. Es demasiado obvio -y
aún así, por supuesto, verdadero- hablar de los intereses económicos,
que en realidad ya estaban asegurados. Los intereses pueden justificar
una intervención, pero no permitirla. Por así decirlo, se interviene
cuando se puede, no cuando se quiere. Para entender la intervención de
la OTAN hay que inscribirla en el contexto de la región -una región
sacudida por un seísmo inesperado- y contemplarla al mismo tiempo como
una gran improvisación. Y en este caso hay que tener muy en cuenta dos
factores coadyuvantes, sin los cuales la intervención militar de la OTAN
habría sido imposible, y dos intereses directamente políticos -no
económicos- sin los cuales quizás tampoco habría tenido lugar o no del
modo en que finalmente se ha producido. El primero de los factores
coadyuvantes es el hecho, en efecto, de que se trataba de una causa
justa. No hay que confundir propaganda y mentira. Como escribía Sartre
en los años setenta “el poder utiliza la verdad cuando no hay una
mentira mejor”; y en este caso, al contrario que en el de Iraq, no había
ninguna mentira mejor que la propia verdad: había una “dictadura feroz”
que era de veras una dictadura feroz y unos “rebeldes libios” que, al
menos al principio, eran en realidad unos rebeldes libios. El segundo
factor coadyuvante es que el régimen de Gadafi cumplía un papel marginal
en la geoestrategia de la zona; aparte de unos cuantos dictadores
africanos y unos cuantos imperialistas, no tenía amigos. En cuanto los
imperialistas le retiraron su apoyo, se volvió enteramente vulnerable.
La Libia de Gadafi podía ser atacada sin que nadie opusiera resistencia,
como así, en efecto, ocurrió: ni siquiera Rusia y China utilizaron su
derecho al veto para impedir la resolución 1973. Respecto de los dos
“intereses” directamente políticos, uno de ellos es sin duda el de la
brutal teocracia saudí, reñida desde hace mucho tiempo con el dictador
libio, y que presionó -en gran potencia- a unos EEUU muy renuentes y muy
debilitados y cuyos intereses energéticos están desde 1945, fecha del
pacto del Quincey, en el Golfo pérsico, no en el norte de África. El
otro “interés” directamente político tiene que ver con la Francia de
Sarkozy, claramente fuera de juego en su tradicional “patio trasero” (en
este caso, sí, el norte de África) después de su apoyo a las dictaduras
de Ben Alí y Moubarak y los escándalos de dos de sus ministros,
beneficiarios de tratos de favor y regalos por parte de los regímenes
derrocados. Era una oportunidad única -un regalo- para recuperar el
terreno, repenetrar con fuerza en una región muy desconfiada y convulsa y
represtigiarse al mismo tiempo a los ojos de los árabes revolucionarios
y de sus votantes franceses.
Algunos intelectuales de
izquierda argumentaron en su momento que la intervención otánica era un
mal menor, una forma de impedir la masacre anunciada por Gadafi
(“Entraremos en Bengasi como Franco entró en Madrid”). ¿Qué opinión te
merece esta posición que, como sabes, no ha dejado de generar
discrepancias en la mayoría de los ámbitos de la izquierda?
No podemos saber si hubiera habido o no una masacre; en eso tiene razón
Pepe Escobar. Lo malo es que la única manera de averiguarlo era de algún
modo permitirla. Por todo lo que sabemos de Gadafi, por lo que ya había
hecho, por sus propias declaraciones, no sé si podemos éticamente
considerar el pretexto humanitario un simple “pretexto”. Digo lo mismo
que antes con la propaganda y la verdad. Para la OTAN fue un pretexto,
claro, pero lo cierto es que objetivamente su intervención, que también
ha producido víctimas civiles por las que habrá que pedir cuentas, salvó
muchas vidas en Benghasi la noche del 18 de marzo. Treinta tanques y
veinte lanzamisiles fueron detenidos por los bombardeos a las puertas de
la ciudad, donde ya habían provocado en pocas horas -según reporta el
periodista Gabriele del Grande- 94 muertos. Si la artillería de Gadafi
hubiera entrado en la ciudad, como hizo en Misrata, el número de muertos
habría sido altísimo. En cuanto a lo que habría sucedido de haber
sofocado a sangre y fuego Gadafi la rebelión, hay que valorarlo también
en términos regionales, en el contexto de la Primavera Árabe, que habría
sufrido un retroceso, si no un colapso, casi inmediato. Para Túnez
habría sido, desde luego, una gran desdicha. Gadafi siguió apoyando a
Ben Ali y a los Trabelsi tras su derrocamiento, amenazó a los tunecinos
-a los que acusó de echar drogas en el café de los buenos jóvenes
libios- y, según algunas fuentes, preparaba un plan de
desestabilización, a través de mercenarios, para restablecer al dictador
en el poder. Puede decirse que los rebeldes libios salvaron la
revolución tunecina, lo que puede parecernos poco importante, desde
luego, si seguimos considerando que las revoluciones árabes, como no son
marxistas, no sin ni revoluciones ni nada. Pero yo, sinceramente, me
siento muy aliviado.
Se ha esgrimido también el siguiente
argumento: también Sadam Hussein fue un tirano, un gobernante
autoritario, incuso criminal, y toda la izquierda se posicionó en contra
de la invasión de Irak. Por lo tanto, lo mismo debería haber hecho en
el caso de Libia. ¿Qué opinión te merece esta aproximación?
Es un paralelismo absurdo. Ya he apuntado algunas de las diferencias
-Chomsky ha señalado otras-, pero la más importante me sigue pareciendo
ésta: la intervención contra Iraq, al margen de la ONU y amparándose en
mentiras, no se produjo en medio de una gran revuelta popular local y
regional contra las dictaduras árabes. Cuando hablan los pueblos, las
izquierdas saben bien a quién tienen qué apoyar. Las izquierdas árabes,
que han celebrado la caída de Gadafi sin dejar de advertir contra los
peligros de la intervención, nos han señalado el camino.
¿
Ha habido o no habido intervención sobre el terreno de tropas o servicios occidentales?
Parece que ha habido algunos grupos de apoyo logístico -sin duda los ha
habido- y los periódicos rusos han denunciado, sin confirmación, la
presencia de algunos soldados qataríes y saudíes camuflados entre las
milicias rebeldes. Lo que sí está confirmado (ver, por ejemplo, el
artículo de Piovesana, el periodista de Peace Reporter:
http://www.rebelion.org/noticias/africa/2011/8/los-rebeldes-libios-entre-al-qaeda-y-la-cia-134821)
es el retorno a Libia, para incorporarse a los combates, de miembros
del Grupo Combatiente Islámico Libio, formados en Afganistán. Desde
luego, al contrario que en Bagdad, nadie ha visto tanques
estadounidenses -o franceses o ingleses- en las plazas de Trípoli. Y lo
que ha sido decisivo en la victoria final, más que la participación de
tropas extranjeras, ha sido la batalla de Gebel Nafusa. Cito a Angelo
del Boca, historiador del colonialismo italiano y biógrafo de Gadafi:
“Ha sido realmente decisiva. Como ya he mencionado varias veces en el
Gebel Nefusa hay árabes y bereberes, históricamente enfrentados unos con
otros, pero que se han unido esta vez. No hay que olvidar que los
bereberes en Libia han estado siempre del lado del poder. Cuando la
presencia italiana estaban con los italianos contra los resistentes.
Este ha sido un elemento decisivo. Lo confirma la información que recibo
directamente del disidente Anwar Fekini, que ha participado en la
resistencia en el Gebel, y que desde hace días me insistía en que la
situación había cambiado mucho desde el punto de vista militar. A pesar
de la falta de armas pesadas los rebeldes del Gebel habían llegado a 50 a
60 km de Trípoli. Luego, en los últimos días habían podido capturar
tanques, armas pesadas para poder acecarse y entrar en la capital libia.
Las rebeliones siempre han empezado en el Gebel, también durante la
presencia italiana. Cuando los italianos desembarcaron en Trípoli en
octubre de 1911, no fueron los turcos quienes resistieron contra ellos,
sino los montañeses del Gebel que bajaron a caballo desde los montes,
llegaron a Trípoli y causaron aquella matanza de 550 soldados italianos
en Sciara Sciat. Los jóvenes rebeldes de hoy pertenecen a las mismas
familias de los rebeldes de hace cien años. Desde este punto de vista,
los insurgentes de Bengasi, que lidian todavía con una profunda división
interna, poco tienen que ver con la operación final de la caída de
Trípoli”. Sobre las relaciones entre árabes y bereberes y la
rehabilitación por parte de los rebeldes de la lengua bereber, prohibida
durante 42 años, invito a leer, por lo demás, los artículos del
periodista vasco Karlos Zurutuza (
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=133904,
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131137).
¿Qué papel ha jugado Turquía, que no olvidemos es miembro de la OTAN, en todo el proceso?
Turquía es miembro de la OTAN, pero también juega sus propias bazas
como subpotencia regional. Lo estamos viendo estos días, siguiendo la
estela de Sarkozy y Cameron en Libia, pero sin coincidir con ellos y
después de visitar Egipto y Túnez. Es verdad que tenemos que ser
prudentes porque, como recuerda bien Miguel León
(http://rebelion.org/noticia.php?id=135744), contradiciendo en este caso
a Pepe Escobar, es difícil saber cuánto hay de autoconciencia de
neopotencia y cuánto de maniobra por vía interpuesta para facilitar un
reordenamiento blando de Oriente Próximo. Cualquiera que sea el caso, el
nuevo papel de Turquía -impostado o sincero- demuestra que, tras la
Primavera Árabe, nada puede manejarse de la misma manera, y esto incluye
también a Israel.
El gobierno de Venezuela, que intentó
algunas mediaciones, se ha mantenido muy crítico de la intervención
otánica y también de los rebeldes, además de lanzar más de una proclama
favorable a Gadafi. ¿Cómo valoras esta posición?
Como un
error catastrófico. El presidente Chávez no ha comprendido que las
revoluciones árabes las está haciendo el mismo pueblo que él defendió en
Venezuela después del “caracazo” de 1989. Primero guardó silencio sobre
Túnez y Egipto y a continuación pasó, no a denunciar la intervención de
la OTAN, lo que hubiera sido justo, sino a declarar su amistad y apoyo a
Gadafi, gran héroe anti-imperialista que daba su merecido a los
mercenarios de los yanquis. Chávez era un ídolo en el mundo árabe
después de que Venezuela cortara relaciones con Israel en 2007. Los
manifestantes palestinos sacaban su fotografía en las marchas y los
jóvenes tunecinos, en la única concentración permitida por Ben Alí en
enero de 2008 (precisamente para apoyar a Palestina), gritaban “Chávez
presidente”. Todo eso se ha perdido. Hoy Chávez es “el amigo de Gadafi”.
Se ha desperdiciado una ocasión histórica para poner en contacto las
dos zonas más anti-imperialistas (y más amenazadas por el imperialismo)
del planeta. Peor aún: el apoyo a Gadafi ha permitido una identificación
falaz entre el régimen libio y la democracia venezolana, lo que sólo
beneficia a los que quieren erosionar los procesos emancipatorios de
América Latina. ¿Por qué lo ha hecho? Los intereses comunes como
miembros de la OPEC no son suficientes para explicar la actitud del
gobierno venezolano; prefiero buscar una explicación más honrosa. La que
se me ocurre -después de pensar larga y dolorosamente- tiene que ver
básicamente con la ignorancia de lo que ocurre en estas tierras, tan
lejos de América Latina, y con la virtud a veces destructiva -cuando se
hace política- de la “lealtad personal”. Por una vez, Chávez ha actuado
como Aznar y Berlusconi, dando razón a los críticos que le reprochan
“personalismo” y “caudillismo” y debilitando también por eso el proceso
revolucionario que él puso en marcha y que sigue siendo imprescindible
para el mundo civilizado.
¿Quienes componen el Consejo
Nacional de Transición? ¿Qué opinión te merece este Consejo? La Unión
Africana, si no ando errado, no lo ha reconocido. Uno de los portavoces
de ese Consejo, hablando de las pocas ciudades que siguen siendo leales a
Gadafi, ha declarado: “A veces para ahorrar derramamiento de sangre,
tienes que derramar sangre, y mientras más rápido lo hagas, menos sangre
se derramará”.
Sobre los rebeldes se ha escrito tanto y en
Rebelión hemos publicado tantos artículos y tan detallados que me
conformaré con enumerar de nuevo la variada filiación de sus miembros:
jóvenes abrumados por la “miseria vital” (como en Túnez y Egipto, los
primeros en manifestarse pacíficamente); militares desertores de primera
hora en Bengasi; oportunistas del régimen gadafista; liberales educados
en EEUU, algunos próximos a la CIA y todos ellos pro-occidentales; e
islamistas vinculados al Grupo Islámico Combatiente Libio, que se suman
más tarde a la revuelta, pero que juegan un papel determinante por su
preparación y disciplina. Del CNT sólo forman parte, que yo sepa, los
oportunistas, los liberales y los islamistas, lo que demuestra ya la
intención (como, por otra parte en Túnez y Egipto) de dejar fuera a los
chabab
que sacrificaron sus vidas por derrocar la dictadura. Pero debo decir
sinceramente que no veo muchas diferencias entre este gobierno
provisional y el de Túnez o Egipto, donde los oportunistas del antiguo
régimen, los militares y los liberales gestionan por el momento la vida
política. Nadie esperaba que los rebeldes libios fueran socialistas,
desde luego, y en todo caso me parece significativo señalar que las
primeras divisiones y diferencias entre islamistas y pro-occidentales
dentro del CNT apuntan dos detalles “inesperados” para los que han visto
desde el principio una “conspiración neocolonial” en la rebelión libia.
La primera es la resistencia firme y mayoritaria a una intervención
terrestre de la OTAN e incluso a una tentativa de tutelaje neocolonial.
Cuando Ismail Salabi, comandante de Bengasi, dice que no van a permitir
que “una minoría dirija el nuevo destino de Libia” o cuando Abdelhakim
Belhaj, comandante de Trípoli y también islamista, denuncia a la CIA
como responsable de su encarcelamiento y tortura bajo la dictadura de
Gadafi, no es pura palabrería (
http://www.alquds.co.uk/index.asp?fname=latest\data\2011-09-19-04-51-39.htm).
Saben que la mayor parte del pueblo libio, islamistas o no, están de su
lado. Al mismo tiempo, cuando estos mismos líderes islamistas hablan
del “Estado civil” y de la “democracia” no lo hacen para tranquilizar a
la OTAN sino a los
chabab que han participado en la Rebelión,
conscientes de que en el mundo árabe la hora de Al-Qaeda y sus afines ha
pasado. Saben que si el islamismo quiere gobernar Libia tendrá que
cambiar su discurso (como en Túnez o en Egipto) y aceptar nuevas reglas
de juego. Por supuesto, la posibilidad de que haya enfrentamientos,
incluso armados, y todo acabe en un gran caos inducido no se puede
desdeñar. Pero lo que en todo caso demostraría eso, una vez más, es que
los rebeldes nunca han sido títeres de las potencias occidentales.
Se
habla también de limpieza étnica, de la ininterrumpida limpieza étnica
perpetrada por los “rebeldes” (según parece las gentes de Cirenaica
tiene prejuicios históricos arraigados hacia los africanos
subsaharianos).
Hemos hablado del trato que Gadafi infligía a
los subsaharianos en las cárceles del desierto. El racismo,
desgraciadamente, forma parte de la cultura de la dictadura y por lo
tanto se ha manifestado en los dos bandos. Pero me gustaría añadir
algunas citas de Gabriele del Grande, tomadas de las crónicas que ha
escrito después del 23 de agosto desde Trípoli, y que demuestran -si
creemos su testimonio- que no se trata, ni mucho menos, de una
“ininterrumpida limpieza étnica” y que además la “caza del mercenario”
(que no del negro) empieza a estar bajo control. Del Grande, que ha
denunciado también abusos, agresiones y linchamientos de negros por
parte de los rebeldes, me parece un testigo plenamente fiable. Así
comienza su larga crónica, que puede ser leída en italiano en
http://fortresseurope.blogspot.com/:
“A finales de agosto los periódicos de medio mundo han alertado de la
“caza al negro” en Trípoli, de los abusos y las redadas. La realidad,
sin embargo, es diferente, más compleja y al mismo tiempo
contradictoria. Ha habido excesos, algún arresto de más era inevitable
con una armada popular de miles de jóvenes y chiquillos todavía bajo el
shock de la sangre vertida en la batalla que ha liberado Trípoli al
precio de centenares de muertos. Esas violencias y esos excesos hay que
condenarlos. Pero el relato no termina aquí”. Durante su estancia en
Trípoli, Del Grande visitó centros de detención provisionales y
hospitales donde se atendía a los partidarios de Gadafi heridos, blancos
y negros, libios o extranjeros (sobre todo chadianos y nigerinos). Del
Grande recoge innumerables testimonios y confesiones que vale la pena
leer, pero su conclusión es más o menos la que se refleja en estas
líneas: “Muchas de las personas con las que he hablado, milicianos del
régimen y presuntos mercenarios, fueron heridas en el frente y se
encuentran ingresadas en los hospitales de Trípoli, donde pude verificar
que recibían el mismo tratamiento médico reservado a los partisanos
libios. Con la diferencia de que, después del tratamiento, irán
directamente a la cárcel, en espera de juicio. Quien pruebe su inocencia
será liberado, como les ha ocurrido ya en estos días a muchos
prisioneros -libios y africanos- injustamente arrestados y que han
encontrado testigos dispuestos a exculparlos. Quien sea hallado culpable
de haber matado puede ser condenado a muerte. Y aquí sí debemos
preocuparnos mucho. Porque en este momento de caos, el riesgo de errores
judiciales y de sentencias sumarias con insuficiencia de pruebas es
elevadísimo”.
Te hago ahora algunas preguntas sobre
opiniones vertidas por algunos autores y algunas fuerzas políticas.
Gilbert Achcar, por ejemplo, ha escrito recientemente: “[…] hemos visto
cómo las fuerzas de Gadafi, bien armadas, bien entrenadas y bien armadas
desde hace tiempo, fueron capaces de llevar a cabo una ofensiva tras
otra, a pesar de estos varios meses de bombardeos de la OTAN, así como
la dificultades y el costo en vidas humanas que ha pagado la
resistencia, primero para asegurarse Misrata, mucho más pequeña que
Bengasi, y después para romper el bloqueo del frente occidental antes de
entrar en Trípoli. Cualquiera que, desde lejos, cuestione el hecho de
que Bengasi hubiera sido totalmente aplastado no tiene decencia, desde
mi punto de vista. Decirle a un pueblo sitiado, desde la seguridad de
una ciudad occidental, que son unos cobardes -porque a eso equivale
cuestionar si se estaban enfrentando a una masacre- es una indecencia,
simplemente”. ¿A ti también te parece una indecencia?
Sí, me
parece una indecencia. No estamos hablando de los revolucionarios de
Sierra Maestra, entrenados para vencer o morir, sino de jóvenes sin
adiestramiento militar -y niños, ancianos y familias enteras- que se
defienden como pueden de una agresión feroz y que piden ayuda a las
Naciones Unidas, no a la OTAN, al mismo tiempo que declaran expresamente
su rechazo de cualquier intervención terrestre. ¿No hay algo indecente
en despreciar a esa gente?
Siguiendo las secuencias de los
hechos, ¿qué posiciones debería haber tomado la izquierda en tu opinión?
Por ejemplo, aun aceptando las consideraciones de Achcar, la resolución
de la ONU, ¿no merecía ninguna crítica?
Merece todas las
críticas y desde el principio. Su redacción viola la carta fundacional
de Naciones Unidas permitiendo la intervención de la OTAN y
autorizándola a ir mucho más allá de la “exclusión aérea” reclamada. Y
su aplicación viola incluso la resolución misma, ya bastante permisiva.
En cuanto a cuál debería haber sido la posición de la izquierda, imagino
que te refieres a la izquierda europea y latinoamericana. La izquierda
árabe aceptó desde el principio la necesidad de afirmar al mismo tiempo
el apoyo a los rebeldes y la denuncia de la intervención de la OTAN. No
era un ni-ni, como pretenden algunos anti-imperialistas muy alejados del
terreno, sino un Sí a los rebeldes. Un Sí a los rebeldes que implicaba
una posición obvia (no a Gadafi) y otra contradictoria (no a la OTAN).
Hay que confiar en que, a partir de ahora, el sí a los rebeldes coincida
enteramente con el no a la OTAN.
Achcar también ha
apuntado: “[..] lancé una campaña con dos demandas inseparables: ¡Paren
las bombas! ¡Manden armas a los insurgentes!”. ¿Armas para los
insurgentes? ¿Qué insurgentes son estos insurgentes? ¿Puedes darnos
alguna informaciones básicas? No parece que sus últimas actuaciones sean
muy razonables ni justas.
¿Qué insurgentes son ésos? Los
insurgentes realmente existentes, a los que ya hemos descrito antes,
apoyados por la mayor parte del pueblo libio. En cuanto a sus últimas
actuaciones, imagino que te refieres a los linchamientos de mercenarios y
ya hemos hablado también de ello. Con independencia de que siguen
siendo abusos muy pequeños por contraste con los crímenes de Gadafi
-algunos de los cuales también se están descubriendo en estos días-, no
debemos ser tolerantes en ninguna dirección y tenemos que reclamar que
todos los responsables de crímenes de guerra o crímenes contra la
humanidad, con independencia de su bando, sean juzgados. Se dirá que es
una ingenuidad, pero si todas las palabras incapaces de introducir
efectos reales en el mundo son ingenuas, entonces son ingenuas la mayor
parte de las denuncias anti-imperialistas. La misión de la izquierda
debe ser la de denunciar todos los crímenes y, si no son tratados por
igual, tendremos entonces que denunciar una vez mas las hipocresías, los
dobles raseros y las manipulaciones de los gobiernos y las
instituciones internacionales.
Te copio ahora una
aproximación de Pepe Escobar: “Llamadla la guerra FOL; la guerra R2P
(como en “responsabilidad para proteger” el saqueo occidental; la guerra
Air France; la guerra Total); en todo caso los FOL lo pasaron
increíblemente bien alardeando de su victoria. El Gran Liberador Árabe,
el presidente neo-napoleónico Nicolas Sarkozy, exultaba alegría: “Nos
hemos alineado con el pueblo árabe en su aspiración de libertad”.
Bahreiníes, saudíes, yemenitas, para no hablar de tunecinos y egipcios,
tienen derecho a sentirse desconcertados. Sarko agregó: “Se salvaron
decenas de miles de vidas gracias a la intervención”. Incluso los
“rebeldes” hablan de que hay por lo menos 50.000 muertos, y la OTAN
sigue adicta a un salvaje desenfreno de bombardeos. El emir de Qatar por
lo menos admitió que Muamar Gadafi en fuga no podría haber sido
derrocado sin la OTAN. Pero agregó que la Liga Árabe podría haber hecho
más; de hecho lo hizo, suministrando una votación fraudulenta que abrió
la puerta para la Resolución 1973 de la ONU redactada por ingleses,
franceses y estadounidenses”. Su posición parece mucho más crítica
aunque inicialmente Escobar pareció centrar sus críticas en Gadafi y su
gobierno.
Respeto y admiro muchísimo a Pepe Escobar, uno de
los más brillantes analistas del mundo, y entiendo perfectamente sus
críticas a la OTAN y su vigilancia atenta a los rebeldes, pero no puedo
dejar de expresar mi perplejidad ante su cambio de opinión. El 24 de
febrero, por ejemplo, escribía: “Lo que Gadafi hará es ir a Bengasi en
busca de venganza. Por tanto, es hora ya de que los manifestantes se
apoderen allí de unas cuantas armas pesadas y preparen una estrategia
para una resistencia organizada. Puede que tengan que resistir durante
algún tiempo, la única solución posible para evitar un baño de sangre es
que las Naciones Unidas afronten la situación y declaren una zona de
exclusión aérea, que podría causar estragos en la decisión del régimen
de enviar mercenarios e incluso abortar una posible ofensiva contra
Bengasi” (
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123022).
La verdad es que recuerda bastante las posiciones de Achcar y no acabo
de ver qué ha ocurrido después de inesperado para modificar tan
radicalmente su opinión sobre Gadafi y sobre la legitimidad de la
revuelta libia.
Por su parte, Guillermo Almeyra, que se ha
mostrado muy crítico respecto “a los despistados de siempre de una
izquierda ma non troppo, habituados a adorar gobiernos que bautizan como
progresistas” ha escrito: “La principal fuerza de este colonialismo
europeo-estadounidense es la heterogeneidad del Consejo Nacional de
Transición (CNT) y la despolitización y falta de dirección, así como de
proyectos revolucionarios democráticos en el sector más avanzado del
mismo, así como la total ausencia de instituciones estatales mediadoras
debido a la concentración del poder en manos de Kadafi y de sus hijos y
presuntos herederos. De modo que la caída del gobernante –dada la
imposibilidad actual de los colonialistas de enviar tropas y de poner
gobernadores propios– llevará a una guerra de bandas entre los agentes
de las diversas potencias, los diferentes grupos presentes en el CNT y
las tribus (que controlan diferentes unidades militares). Se cruzarán
las vendettas y será difícil formar un gobierno que convoque a
elecciones parlamentarias, dada la carencia de partidos y de vida
democrática. Además, con respecto a la OTAN, una cosa es el CNT y otra
muy diferente la voluntad de sus seguidores en la oposición a Kadafi”.
¿Te parece razonable esta aproximación? ¿Es probable que suceda lo que
apunta Almeyra?
He apuntado esa posibilidad más arriba y,
desde luego, coincido con Almeyra en que, respecto de la OTAN, una cosa
es la posición de la cúpula del CNT y otra muy distinta la de los que
han participado en la liberación de Libia, islamistas y no islamistas.
Una posición parecida -en cuanto a la posibilidad del caos- la sostiene
Alberto Pradilla en un artículo muy recomendable:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135465.
Yo soy ligeramente más optimista. El petróleo, fuente de discordia,
puede tener también un efecto “civilizador”. Al contrario que en Túnez o
en Egipto, donde había un aparato institucional y organizaciones
civiles, Libia era una gelatina por encima de la cual flotaba, como el
espiritu de Dios en el Génesis, la voluntad schmittiana de Gadafi. En
Libia hay que empezar desde cero. En un interesante artículo, en el que
por cierto se relativiza desde el terreno el papel de las tribus en el
país, Mohammed Bamyeh concluye de esta manera esperanzadora: “Así que de
una situación en la que las instituciones del Estado estaban
mínimamente desarrolladas pasamos al surgimiento del modelo de
revolución más institucionalmente desarrollado del mundo árabe. La
aparente excepción libia no radica sólo en la violencia y el
derramamiento de sangre. El ejemplo de este gran pueblo que se organiza,
que se levanta en medio de la resistencia espontánea y sin miedo a la
violencia estatal, desmiente las quejas occidentales sobre la supuesta
"ausencia de sociedad civil" en Libia. De la misma manera que tanto
diplomáticos occidentales como comentaristas han sufrido para determinar
el carácter exacto de este movimiento, han pasado por alto su elemento
más importante y esclarecedor: que representa no tanto una ideología
concreta como el rotundo renacimiento de las, por largo tiempo,
reprimidas tradiciones civiles de la Libia moderna. Por lo tanto,
viniendo de la más desesperada de las circunstancias, la revuelta de
Libia ha dado el mayor salto hacia adelante de todas las revoluciones
árabes hasta la fecha” (
http://www.jadaliyya.com/pages/index/1001/is-the-2011-libyan-revolution-an-exception)
Atilio
A. Boron, por su parte –“Libia: socios del horror”- ha escrito
recientemente, a principios de septiembre: “Días atrás el corresponsal
del periódico londinense The Independent estacionado en Trípoli
dio a conocer una serie de documentos que el mismo había hallado en una
oficina gubernamental abandonada con toda premura por sus ocupantes. Ese
material arroja una luz enceguecedora para quienes creen que para
oponerse y condenar el criminal ataque aéreo de la OTAN sobre Libia es
necesario enaltecer la figura de Gadafi y ocultar sus crímenes hasta
convertirlo en un socialista ejemplar y ardiente enemigo del
imperialismo. La oficina en cuestión era la de Moussa Koussa, ex
Ministro de Relaciones Exteriores de Gadafi, hombre de la más absoluta
confianza de éste y, anteriormente, jefe del aparato de seguridad del
líder libio. Como se recordará, ni bien estalló la revuelta en Bengazi
Koussa defeccionó y se marchó sorpresivamente a Londres. Pese a las
numerosas acusaciones que existían en su contra por torturas y
desapariciones de miles de víctimas, el hombre no fue molestado por las
siempre tan alertas autoridades británicas y poco después se esfumó.
Ahora se sospecha que sus días transcurren bajo la protección de algunas
de las feroces autocracias del Golfo Pérsico. La papelería descubierta
por el corresponsal del Independent ayuda a entender porqué”. ¿Te parece
justo este comentario?
Justísimo. Y quiero agradecer desde
aquí a mi admirado Atilio Borón la valentía de su posición. Es una de
las voces más autorizadas de América Latina y es para mí un gran alivio
compartir con él líneas de análisis que han sido tan mal comprendidas,
cuando no duramente rechazadas, en algunos sectores de la izquierda
bolivariana y latinoamericana.
Te pregunto ahora por una
declaración reciente de la Secretaría de política internacional del PCE
que lleva por título: “Libia: una guerra colonial por el dominio
económico y militar”.
Este comunicado torpísimo del PC se
ajusta a la perfección al marco de análisis que he tratado precisamente
de denunciar como injusto, eurocéntrico y mecánico. Me limito a citar un
pasaje de un artículo mío que acabo de publicar en el
Gara: “El
otro error en el que ha incurrido un cierto sector de la izquierda tiene
que ver precisamente con su esquematismo o, mejor dicho, con su
monismo. Los pueblos y las izquierdas árabes, jugándose la vida sobre el
terreno, han comprendido enseguida la imposibilidad de escapar a la
incomodidad analítica si querían derrocar a sus dictadores. Han sabido
que había que afirmar muchos hechos al mismo tiempo, algunos
contradictorios entre sí. En el caso de Libia, esos cinco o seis hechos
son los que siguen: Gadafi es un dictador; la revuelta libia es popular,
legítima y espontánea; la revuelta es enseguida infiltrada por
oportunistas, liberales pro-occidentales e islamistas; la intervención
de la OTAN nunca tuvo vocación humanitaria; la intervención de la OTAN
salvó vidas; la intervención de la OTAN provocó muertes de civiles; la
intervención de la OTAN amenaza con convertir Libia en un protectorado
occidental. ¿Qué hacemos con todo esto? Podemos dejar a un lado la
realpolitik, acudir al realismo y tratar de analizar la nueva relación
de fuerzas en el contexto de un mundo árabe en pleno proceso de
transformación. O podemos afirmar Un Solo Hecho -monismo- y someter
todos los demás a sus latigazos negacionistas. Así, si sólo afirmamos la
intervención de la OTAN, con sus crímenes y amenazas, nos vemos
enseguida obligados, por una pendiente lógica que nos aleja cada vez más
de la realidad, a negar el carácter dictatorial de Gadafi y afirmar,
aún más, su potencial emancipatorio y anti-imperialista; a negar el
derecho y espontaneidad de la revuelta libia y afirmar, aún más, su
dependencia mercenaria de una conspiración occidental. Lo malo de este
ejercicio de Monismo es que deja fuera precisamente los datos que más
importan a los pueblos árabes y a las izquierdas árabes y los que más
deberían importar a los anti-imperialistas de todo el mundo: la
injusticia de un tirano y la reclamación de justicia del pueblo libio”.
Este Monismo lleva a efectos ópticos muy injustos y al deseo de que las
cosas sean distintas de como son; y estas dos cosas llevan finalmente a
la manipulación de los datos. Una menor, pero que me ha llamado la
atención desde el principio, tiene que ver con la presunta filiación
monárquica de los rebeldes (luego todos se volvieron de Al-Qaeda). Para
deslegitimar la revuelta popular, una y otra vez los monistas se han
referido al uso por parte de los rebeldes de “la bandera monárquica”. Es
un absurdo. A los regímenes de Moubarak y Ben Ali se podía oponer la
bandera nacional porque no era obra suya. La bandera de la “jamahiriya”
era la bandera de la dictadura y frente a ella, los rebeldes han
enarbolado la de la independencia colonial; es decir, la bandera
nacional. “La cuestión de la bandera izada en las zonas liberadas, la de
la independencia, no es una señal de retorno al pasado”, dice el
periodista comunista libio Farid Adley, y sigue: “Esa bandera no es
propiedad del exrey Idriss o de la cofradía sanussita. Yo habría usado
la bandera roja, pero ni yo ni mi generación pintamos nada en esta
revolución. La corriente monárquica en la oposición es absolutamente
minoritaria y enarbolar la tricolor, con la estrella y la media luna en
blanco, no es un apego al pasado, sino un claro rechazo al régimen”.
Esta cuestión, aclarada hace ya seis meses, no ha impedido a los
monistas seguir manipulando la realidad, en este caso y en otros más
serios.
Editor de Axis of Logic, Lizzie Phelan es, según
parece, uno de los pocos periodistas independientes que han soportado
con éxito la tormenta de los bombardeos de EE.UU./OTAN de Trípoli y la
invasión de la ciudad por los mercenarios. Informó desde el interior del
Hotel Rixos y luego se mudó al cercano Hotel Corinthia, todavía en
medio de furiosas batallas entre fuerzas del gobierno y los mercenarios
de la OTAN. Escapó de Libia en un barco de pesca que la llevó, junto con
otros, a Malta, a principios de esta semana. En su primer informe desde
su partida de Libia, señalaba cosas como las siguientes: Este baño de
sangre no corresponde a la narrativa de una “Libia libre” en la cual los
civiles son “protegidos”, pero en una atmósfera semejante cargada de la
avidez por control a cualquier precio, es casi imposible que los que
están en el terreno sean honestos en cuanto a las imágenes ante sus
ojos, mientras permanezcan en territorio en manos de los rebeldes. Un
joven rebelde armado que llevaba la bandera francesa sobre su uniforme
de campaña apareció detrás de mí y me preguntó de dónde era. “Londres”
respondí. “Ah Cameron, amamos a Cameron”, sonrió con una amplia sonrisa.
Me obligué a sonreír; incluso una crítica a mi propio primer ministro
dejaría traslucir deslealtad hacia los nuevos gobernantes de Libia”.
¿Cuál es tu impresión sobre la situación que describe Phelan?
En primer lugar, corregirte cuando hablas de combates entre “fuerzas
del gobierno y mercenarios de la OTAN”. He creído dejar claro que se ha
tratado de una revuelta espontánea y legítima y, si hemos de hablar de
mercenarios, más allá de los enrolados en el ejército de Gadafi,
entonces quizás convendría invertir los términos y hablar de los
“aviones mercenarios” de la OTAN al servicio de los rebeldes. Lo digo
sólo por provocar, aunque, si se trata de fidelidad a la realidad, esta
expresión es un poco más correcta que la que empleas.
Gracias por la corrección.
En cuanto a la frase del joven rebelde es muy de lamentar. Estoy seguro
de que si les hubiesen ayudado los cubanos -si ello hubiera sido
posible, que no lo era- los jóvenes rebeldes adorarían a Fidel. ¿Y no
hemos sido siempre muy comprensivos con aquellos palestinos que, tras la
revuelta de 1936, pensaron por un momento en jugar la baza de Hitler
contra los ingleses, que eran sus opresores? ¿Y con los independentistas
indios que, durante la segunda guerra mundial, vieron en los fascistas
japoneses a unos “liberadores”? Por no hablar de Lawrence de Arabia,
peón del imperialismo británico, amado por los árabes que luchaban
contra el imperio otomano. O de nuestros propios republicanos españoles
durante la guerra civil, que imploraron la intervención de Inglaterra y
Francia, potencias capitalistas responsables ya entonces de innumerables
crímenes coloniales. En todo caso, y como he dicho antes, de la frase
de ese joven, que parece la típica frase del nativo de la Medina que
quiere agradar al turista, yo no sacaría conclusiones precipitadas y
generales.
Finalizo con una pregunta de política-cultural:
¿cómo debería apoyar el avance democrático y socialista en Libia la
izquierda europea?
Tenemos pocos medios para apoyarlos en
lo que realmente necesitan: financiamiento de locales, periódicos,
cadenas radiofónicas, etc. Como sólo podemos mandarles palabras, que
éstas sean al menos razonables y que, de algún modo, impliquen que hemos
escuchado previamente las suyas. Sería bueno, en este sentido (en Túnez
y Egipto ha comenzado a hacerse) que se establecieran marcos de diálogo
entre las izquierdas mediterráneas, como forma de abordar problemas
que, como demuestra el 15-M, son comunes a ambas riberas (también lo son
los problemas relativos a una tradición de organización partidista
cuestionada por las propias revoluciones). Al mismo tiempo, examinemos
hasta dónde hemos llegado nosotros y cuánto nos queda aún por hacer
antes de pretender darles lecciones. Hace unos días he estado en
Argentina, participando en un encuentro sobre las revoluciones árabes y
quiero acabar aquí con las mismas palabras con las que cerré mi
intervención en Buenos Aires: “la tarea es inmensa e incierta, pero
nadie puede desdeñar lo que se ha conseguido. Por primera vez en la
historia los pueblos árabes -acostumbrados a asistir pasivamente a
cambios de gobierno decididos en conflictos palaciegos y sin su
intervención- han sido capaces de levantarse, tomar conciencia de su
poder y derrocar a sus dictadores, cómplices además de las potencias
neocoloniales. Démosles tiempo. Nosotros, los europeos, nos hemos tomado
cientos de años para llegar donde estamos, que no es mucho, cada vez
más lejos de los valores universales que decimos defender. Concedamos al
mundo árabe al menos dos décadas para que decida a su modo el camino
hacia la libertad y la democracia”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.